El Diablo Sobre Teclas

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lunes, julio 10, 2006

Han matado a Bruno

El pasado 26 de junio mataron a Bruno. Bruno llevaba siete semanas en territorio alemán, a donde había llegado desde Italia, atravesando los Alpes Suizos. El gobierno de Baviera, haciendo oídos sordos al creciente movimiento popular que imploraba su supervivencia, había emitido una cruel y definitiva orden de búsqueda y ejecución: "disparen a matar". Bruno tenía sólo dos años de edad y los días contados.

No, no estoy hablando de ninguna historia inventada. No es el guión de la próxima película de animación de Pixar. Es la pura realidad. Bruno era un oso pardo. El único oso pardo que ha pisado Alemania en los últimos 170 años (y, en vista de lo sucedido, dudo mucho que llegue ningún otro). Bruno formaba parte de un programa del Gobierno Italiano para reintroducir el oso pardo en los Alpes Meridionales (en italiano este animal se llama precisamente "orso bruno"). Pero, quién sabe por qué motivo interno, decidió viajar al Norte. Quizá, como un italiano más, sólo quería ver a su selección ganar su cuarto Mundial de fútbol, aunque dudo mucho que a los osos les interesen esas estupideces humanas. En cualquier caso, no llegó a verlo. Un cazador anónimo lo abatió un lunes de madrugada.

A Bruno, por desgracia, sí que le interesaba comer, y desde su llegada a Baviera había ido dejando un rastro de ovejas muertas e incluso había atacado un criadero de conejos. Entre sus delitos se cuenta también un asalto a un panal de abejas. Ya se sabe cómo le gustaba a Bruno la miel. Por desgracia, su equipaje no incluía tarjeta de crédito para comprar comida en los supermercados alemanes, ni creo que hubiera sabido de la existencia de la moneda común, así que se tuvo que servir de lo que encontraba a su paso para sobrevivir. No hay muchos panales de miel sin dueño en Alemania, y dudo mucho que haya en todo el país animales salvajes suficientes para abastecer durante siete semanas a un oso en pleno crecimiento. Era inevitable que atacara algún rebaño, y que atentara de este modo contra la propiedad de algún granjero, humano europeo de pleno derecho. Era inevitable que el gobierno bávaro pasara a considerarlo un problema que debía ser erradicado. El Gobierno se gastó 25.000 euros en contratar a un equipo de cinco tramperos finlandeses, acompañados por seis perros especialistas en cazar osos, cuya misión era capturar a Bruno vivo. Incluso, alquilaron un helicóptero durante 24 horas al día, capaz de llegar a cualquier parte de los Alpes Bávaros en 30 minutos. Pero tras varias semanas de búsqueda infructuosa, ambos contratos fueron cancelados. Había llegado la hora de que los cazadores bávaros sacaran brillo a sus fusiles. Y los fusiles no fallaron.



Christian Gareis, un excursionista que estuvo siguiendo a Bruno el sábado anterior a su muerte relata que llegó a tenerlo a cinco metros de distancia. Dice que estuvo llamando a la Polizei cada diez minutos, para mantenerles informados de la posición del oso en todo momento. Pero en una de las últimas llamadas, le respondieron que el Ministerio ya había declinado hacer nada por salvar la vida del oso. "A lo largo de ese tiempo, podrían haber disparado un dardo tranquilizante al menos una docena de veces" -cuenta el excursionista- "podrían haberlo capturado vivo fácilmente".

¿Cuánto vale la vida de un oso pardo? ¿Vale más o menos que unas cuantas ovejas y conejos muertos, que de todas formas hubieran acabado en el matadero? ¿Vale más o menos que un panal de miel destruído? ¿Vale más o menos que la de un ser humano? Desde luego, si el valor fuera en función de la singularidad, la vida de Bruno era impagable. Hay muchas ovejas en Alemania. Hay muchos seres humanos. No hay ningún oso. Desde luego, el argumento es falaz. Cada ser humano es irrepetible, único, singular. Cada vida de un ser humano es preciosa, impagable, inalienable. ¿Y la vida de un oso pardo? Si exceptuamos Finlandia (ya que Rumanía aún no es miembro de pleno derecho, hasta 2007 al menos), en todo el territorio de la Unión Europea no habrá más de cien osos pardos (la mayoría en España, en la Cordillera Cantábrica). Un macho joven es una pieza de naturaleza única e irrepetible. Un saco de preciosos alelos genéticos que desaparecerán para siempre con él, un considerable porcentaje de la diversidad genética de su especie. ¿No es este motivo suficiente para perdonar la vida de Bruno? Esta claro que no, al menos no para el gobierno bávaro.

Es evidente que en esta sociedad que hemos creado ya no hay sitio para los osos. No en la civilizada Europa. En alemania no se veía ninguno desde 1835. Tampoco se ven ya por allí bisontes, nutrias, avutardas, lobos, linces... Alemania es un país desarrollado, no necesita de esas cosas. No necesitaba a Bruno, no era más que un problema que había que solucionar. Ahora, la piel de Bruno será convenientemente embalsamada para mostrarla al público, nada menos que en el "Museo para la Gente y la Naturaleza" de Munich, mientras que sus huesos serán conservados y utilizados en alguna facultad de Biología alemana, para enseñar a los estudiantes cómo es un oso pardo. Ese oso pardo del que los futuros biólogos alemanes no podrán conocer más que sus huesos. Ese Oso Pardo que aparecerá en los libros de cuentos que leerán los futuros niños alemanes, y no les resultará entonces más real que el Dodo, el Moa, o el Triceratops.